Parte dos: En las entrañas de la tierra
Introducción: Goll y Thof
La luz alumbraba la noche, pero no como todos los días... Esta vez era en serio. No se escuchaban los ya comunes aullidos de los llamados licántropos. Los ojos de aquel personaje se veían grises gracias a este bello planeta pálido plantado en alguna parte del universo. Muchos hablaban de él como "La luna". Aunque tal vez no estemos hablando de la misma persona le decía a su compañero, puede que sea cierto lo que me estás diciendo. Se habían conocido hace poco tiempo, aún así se respetaban como a un general. No sabían hablarse como amigos todavía, porque no lo eran. Uno vivía al sudoeste de la gran tierra del blanco y profundo reino, mientras el otro vivía exactamente en el centro. Hacía frío, más de lo común. En realidad, eso era gracias a que no se presentaba ningún árbol cerca. Las estrellas daban a ellos. Si miraban directo a cielo, tal vez debieran parpadear para sacarse la figura del obscuro mar de arriba. Después de un rato de estar comentando sobre su historia y cosas que les había pasado en la vida, se dieron cuenta de que la fogata se había apagado hace varias horas y ni se habían dado cuenta. Eso no les importó mucho, ya que eran buenos defendiendose y podían sobrevivir mucho tiempo fuera de su preciada muralla.
Tardaron demasiado tiempo en quererse como verdaderos compañeros de guerra, como hermanos, como gemelos de la misma sangre. Pero al final, lograron acostumbrarse de sus incambiables diferencias. Uno era extrovertido, animado, directo y bastante confiado. Por el contrario, el otro era muy pensativo, algo tímido, muy vueltero cuando se trataba de desiciones importantes y no era de prometer nada. Aunque tan distintos eran, había cosas en ellos que se les podría llamar "verdaderas coinsidencias", como por ejemplo: ambos eran Nordos Caballeros, adoraban la costumbre de quedarse en la taberna hasta tarde después de estar rato en la Zona de Guerra, les gustaban las antiguas leyendas, y muchas cosas más. A pesar de todo eso, tuvieron que ayudarse en mucho... aunque sea en lo más ridículo. El más hábil en la espada, le tuvo que enseñar a dar en el blanco... El que sabía ordenar sus líos, le tuvo que enseñar a controlarse... El que era lo más sincero posible con sí mismo, le tuvo que enseñar a admitir sus derrotas. Todo era así entre ellos. Aunque contrarios y lejanos, iguales y juntos eran.
Fue una noche algo nublada cuando uno de ellos faltó a la taberna. En la Zona de Guerra había encontrado a una mujer muy herida. Su piel estaba demasiado helada y muy blanca, tocía y mucho, las lastimaduras hacían que las lágrimas se vean más tristes aún. Había dejado a su compañero solo, pero al día siguiente podría avisarle. Cuando el que había quedado plantado fue a buscar explicaciones, vio a aquella Norda congelada y lastimada. Su común extroversión no había podido entrar en la casa, ya que su cara de confución y su anormal mudez lo estaban invadiendo.
Pasó el tiempo y esa mujer ya se había formado parte del grupo. Su amistad no era tanta como la de ellos dos entre sí, pero ya era costumbre ver a los tres cazando elfos por la Zona de Guerra. Un día llegó una carta de una syrtense dirigida a uno de ellos. Ahí empezó una nueva aventura, la cual aún no terminó.
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